Se veía venir. En el verano de 2007 tuve la ocasión de visitar Siria. Fue un viaje que dejó una huella profunda tanto en mi como en mi mujer y en mis hijos. Recorrimos el país prácticamente en su totalidad, con un guía, un conductor y una van. Tuvimos ocasión de conocer Damasco, el desierto con el enclave de Palmira, las ciudades en las orillas del Éufrates, en especial la ciudad de Dair az Zawr, la frontera con Iraq, el llamado Syrian Sea (en realidad un embalse), Aleppo y la zona fronteriza con Turquía, la costa (la poca que les queda después de la anexión de la región de Antioquía por los turcos), Hamah, Homs, Bosra, en la frontera jordana, etc... Fue casi un mes de inmersión en una cultura completamenge diferente (antes ya había estado en algún país árabe, pero de forma muy circunstancial). En aquel momento Siria era un país segurísimo. En una ciudad como Damasco, de 5 millones de habitantes, uno podía caminar por la calle tranquilamente a cualquier hora del día o de la noche sin sufrir sobresalto alguno, ni siquiera el tradicional "acoso" de vendedores ambulantes y niños a que se ven sometidos los turistas en muchos de los países árabes. La clave de la seguridad estaba en la infiltración policial de la población. Era lo que se conoce como un estado policial. Nuestro guía, un sirio de origen otomano y cristiano, acostumbraba a decir metafóricamente que el régimen sirio era como un mástil con una espada girando en lo alto del mismo, de forma que quien levantaba la cabeza, corría el peligro de quedarse sin ella. Para colmo, continuaba Eduard con la metáfora, la espada que giraba en lo alto también bajaba al mismo tiempo, de forma que arrastrarse por el suelo constituía la forma más segura de supervivencia. Era, por lo tanto, un país seguro y era, además, un país en el que las minorías religiosas y étnicas podían sentirse respetadas, dentro de una sociedad mayoritariamente árabe y musulmana.
Parece evidente, sin embargo, que la "primavera árabe" ha puesto de manifiesto el hartazgo de la mayoría de la población ante un régimen que les subvencionaba la pobreza y que les aportaba el enemigo ideológico fuente de todos los males (el sionismo y el Estado de Israel) pero que, al mismo tiempo, les imponía grandes cortapisas a sus libertades políticas y personales. Era muy revelador, comprobar como, a pesar de la abundancia de canales de TV, merced a la presencia masiva de antenas de comunicaciones vía satélite, buena parte de las personas con las que pudimos establecer contacto se mostraban ávidas de información sobre manifestaciones culturales occidentales a las que no tenían acceso o que directamente estaban prohibidas o, en otro orden de cosas, comprobar la ausencia total de libros (salvo el Corán) en la librerías.
En fin, es una pena que un país, que ha sido cuna de la civilización (es impresionante el patrimonio arqueológico, con cientos de yacimientos abiertos) y tierra de paso y acogida, dé muestras en sus gobernantes de semejante falta de humanidad y que esté abocado a una guerra civil que, por todos los medios, están intentando evitar sin cumplir el único deseo del pueblo que es que se vayan.
Muestra de arquitectura Armenia
una de las famosas norias de Hamah
Anfiteatro de Bosra
Gran mezquita de Aleppo (pabellón de los ciegos)