Hace ya muchos años, en un proyecto que hice para AENA, en el que se plateaba la posibilidad de entrar en la puja internacional por la gestión de aeropuertos en diversas partes del mundo, analizando los activos del aeropuerto de Maracaibo, en Venezuela, me encontré con la sorpresa de que en dicho aeropuerto disponían de una serie de flamantes máquinas quitanieves, a todas luces innecesarias pues en Maracaibo, como todo el mundo sabe, no ha nevado nunca. Evidentemente, aquello era un ejemplo prototípico de una toma de decisiones guiada, dicho elegantemente, por criterios que nada tienen que ver con la eficiencia y mucho con el derroche y la apertura de vías para el cobro de comisiones.
Bien, en la actualidad vivo en el corredor de la Crtra. de la Coruña en Madrid. Como cada invierno, desde hace unos años, dicho corredor está plagado de flamantes (porque apenas se han utilizado) caminones quitanieves a la espera de que se produzca la gran nevada, cosa que no sucede casi nunca. Incluso se han establecido puestos de suministro de sal en la propia autopista. Hoy mismo, con un sol esplendoroso y un día frío, dichos camiones están apostados no se sabe bien para qué, siendo evidente que no se va a producir ninguna nevada y mucho menos que implique el uso de recursos de este tipo.
Creo que este es un buen ejemplo del tipo de sociedad que se ha construido en España en los últimos 30 años, en la que, para no tener que hacer las cosas cada uno, como ciudadanos, se ha preferido crear estructuras, cuerpos, grupos especiales, etc. para hacer frente a posibles eventos o condiciones adversas que, en condiciones normales, deberían estar en manos de la población y del voluntariado, salvo en aquellos lugares donde dichos eventos exijan una actuación profesionalizada. Yo mismo he tenido ocasión de vivir en países donde la nieve es algo omnipresente en invierno y puedo asegurar que el uso de medios para combatirla es inferior al número de dispositivos que tenemos aquí (si bien están muy superiormente organizados) donde, salvo en las zonas de montaña, las nevadas no son especialmente cuantiosas y otros eventos de naturaleza similar son raros.
Quiero decir con esto que es consustancial al gestor inútil protegerse y gastar para evitarse problemas, reflexionando lo justo o nada. Al final, ¿qué pasaría si una carretera estuviese cerrada, o un aeropuerto, o muchas personas estuvieran en un atasco? Sería una lata, por supuesto, pero ¿no lo es de forma más recurrente en New York, París, London, Beijing, Tokyo, Stokholm, y tantas otras ciudades, sin llegar a montarse las peloteras que se montan en este país? Creo que si se analiza el coste-beneficio asociado a la disposición de determinados medios, podríamos llegar a la conclusión de que su única justificación es evitar el posible coste político ante una sociedad emborrachada de falsa opulencia.
No se puede, ni debe, matar moscas a cañoñazos y desgraciadamente tenemos demasiados cañones (financiados con dinero de todos) y elementos dispuestos a dispararlos (también financiados por nuestro dinero).
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