Emil Ludwig fue periodista en el Berliner Tageblatt y se dedicó a escribir biografías. Después del triunfo de Hitler, en 1932 se exiló en Suiza. En su magnífico, excelso y clarividente libro, compuesto y traducido por Francisco Ayala en su exilio bonaerense, Tres dictadores: Hitler, Mussolini y Stalin (1939), dice Ludwig que, al comparar a los tres dictadores, salta "la nota común de una voluntad de poder que no consiente ningún escrúpulo, que aniquila a todo enemigo, que no conoce moral ninguna, consideración o caballerosidad. De ahí viene el fin de toda libertad para aquellos sobre quienes dominan, la asfixia de todo discurso viril de oposición, el menosprecio de la multitud, la persecución del espíritu."
Los tres comparten "tres sentimientos profundamente arraigados: mínima capacidad de amor, gran capacidad de odio y un predominante sentimiento de sí mismos". Stalin y Hitler están unidos por "sentimientos predominantes de venganza, así como por la falta de ilustración". Stalin y Mussolini están unidos por "el coraje, la paciencia, el realismo, la normalidad sexual, el desprecio del dinero, condiciones a las que es ajeno Hitler". Hitler y Mussolini están unidos "por la vanidad, la falta de humorismo, la superstición, el desprecio de la multitud y el desprecio de la idea que fingen servir. Estas cinco condiciones son ajenas a Stalin". Resulta de ello que, de los tres, "el único convencido es Stalin, el único con personalidad Mussolini, y el único loco Hitler."
Sugiere ya por aquel entones Ludwig que la solución de Europa pasa por su unión, como única tabla de salvación ante el ascenso recurrente de mandatarios sin escrúpulos que utilizan el poder para aniquilar cualquier discrepancia o intervenir en cualquier asunto nimio a los ojos de aquel que contempla el poder como un medio de servir a sus conciudadanos y no como una prebenda personal.
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