Parece que, de un tiempo a esta parte, nuestros próceres se han caído del guindo. Ahora resulta que 34 años después de alumbrar una constitución-chicle, que pretendía contentar a todos sin molestar a nadie, ignorando que la esencia de un acuerdo es que las partes involucradas se queden siempre moderadamente insatisfechas, quieren cambiar un sistema de representación y una Ley Electoral de los que se han benefiado hasta el escándalo. En fin, nunca sería tarde si la dicha fuera buena. El problema es que los cambios que se proponen (reducción del número de diputados, ampliación del número de diputados, elección directa mayoritaria vía distritos electorales, distrito único nacional, etc.) están viciados en su origen. El "vicio" es la existencia de los partidos políticos, no como instrumentos de canalización de propuestas y articulación de mayorías sino como superestructuras de acopio y reparto de poder e imposición de sus propias agendas. Así las cosas, los gobiernos que emanan de las elecciones se limitan a intentar garantizar su permanencia en el poder o, como mínimo, mantener las estructuras partidarias en las que se sustentan.
En pleno siglo XXI, la participación ciudadana sigue restringida a votar cada cuatro años a unos partidos que únicamente y de forma permanente se representan a sí mismos y a sus militantes. ¿Cómo es posible que no haya propuestas dirigidas a fomentar la participación ciudadana y una democracia más directa?. ¿Realmente creemos que los problemas de nuestro sistema están únicamente en la representatividad, como parecen "reconocer" los partidos, y por ende en la Ley Electoral?
Pues yo digo que aunque, ciertamente, tenemos un problema de representatividad, más importante todavía es el déficit de participación ciudadana directa. Hay muchas esferas de la vida política que no tienen porqué regirse por posiciones ideológicas sino por la optimización de la gestión de la propiedad pública (la de todos). Los partidos no tienen porqué tener el monopolio durante cuatro años sobre la capacidad de decidir sobre todas y cada una de las cosas que afectan a los ciudadanos basándose en el voto recibido cada cuatro años. Por ejemplo, un ciudadano puede tener una ideología X, coincidente a grandes rasgos con el ideario de un partido y, sin embargo, tener sus propias opiniones o intereses sobre aspectos concretos que afectan a su vida diaria o a sus convicciones morales o valores personales que no necesariamente coinicidan con las posiciones ideológicas que mantenga "su" partido político. Esto es especialmente patente en el ámbito municipal, pero también puede aplicarse al ámbito regional, nacional o supranacional.
El político que diga que instrumentar nuevas fórmulas para incrementar la participación ciudadana es algo "muy difícil y complejo" o que "la democracia [tal y como funciona ahora] es el menos malo de los sistemas y no puede cambiarse", simplemente miente o, peor, defiende intereses de clase (casta política) o se defiende de los ciudadanos a quienes dice representar.
Las nuevas tecnologías son facilitadores de primera magnitud de la participación ciudadana y del ejercicio continuado y frecuente del voto (instrumento esencial de una democracia). Sólo el recurso a una participación ciudadana más activa puede cambiar verdaderamente el tejido de nuestra democracia y transformar el pesebrismo y el inmovilismo en un ejercicio informado de la democracia.
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